Investigador UFRO, Dr. Manuel Ortiz explica los alcances de la pandemia y el impacto en la salud mental y el bienestar psicológico

Mayo 13, 2020 • Noticias

“Es esperable que existan altos niveles de estrés postraumático, en un plazo no mayor a seis meses, una vez que se haya controlado la pandemia. A lo anterior se debe sumar un aumento de estrés financiero por pérdida de puestos de trabajo y un temor permanente al contagio, hasta que exista una vacuna disponible en Chile”, explica el investigador UFRO y director del Doctorado en Psicología de la UFRO.

La salud mental debe ser una prioridad. Así lo recalca el académico del Departamento de Psicología de la Universidad de La Frontera, Dr. Manuel Ortiz, quien ha observado críticamente cómo la actual crisis sanitaria mundial deja al descubierto una serie de consecuencias e impacto en el bienestar psicológico de las personas.

El Dr. Ortiz integra el directorio de la Sociedad Científica de Psicología de Chile y desde ese rol es parte del grupo de investigación –junto a pares de la Pontificia U. Católica de Chile, U. de Chile y U. de Tarapacá- que entrega lineamientos en salud mental y bienestar psicológico, que son canalizadas a la Mesa Social COVID-19.

Y es que desde la Mesa Social, precisamente, se propuso un Plan de Salud Mental, que bien conoce el Dr. Ortiz y, según cuenta, estuvo a cargo de investigadores de la U. de Chile y como grupo tuvieron oportunidad de conocerlo previamente y hacer aportes.

“Una de las principales apuestas del plan es destacar que la salud mental debe ser una prioridad. Se plantea identificar grupos de mayor vulnerabilidad o riesgo como personal sanitario, personas que viven con condiciones crónicas, pacientes COVID-19 y sus familiares o contactos más cercanos”, comenta sobre el documento que también propone garantizar la atención psicológica oportuna y continuidad a tratamientos, apoyo psicosocial a quienes están en aislamiento ya sea voluntario u obligatorio, entregar directrices comunicacionales tanto para medios de comunicación como para que las autoridades comuniquen en forma clara y efectiva, todo esto basado en la evidencia científica disponible.

¿Un plan de este tipo, cómo se debe abordar y trabajar?

Se requiere de intersectorialidad. Es importante que se consideren múltiples actores, pues todos tienen algo que contribuir a la salud mental. Entonces, no podemos pensar que las personas tengan buena salud mental, si es que desde un punto de vista económico pierden su trabajo producto de la pandemia, pero tampoco podemos pedirles que se queden en casa si no tienen las condiciones apropiadas para trabajar.  También la territorialidad, pues se sabe que las demandas en salud mental son particulares a grupos de poblaciones diversos.

En una crisis sanitaria por pandemia como ésta, ¿qué efectos o consecuencias se han podido observar en las personas?

La experiencia que existe de la pandemia por COVID-19 en Asia y Europa, así como la de otras, por ejemplo el SARS, permite afirmar que es altamente probable que las personas experimenten altos niveles de estrés psicológico, ansiedad, temor a contagiarse y a contagiar a otros, alteraciones del patrón de sueño-vigilia, cambios en su alimentación, inactividad física, aumento de consumo de alcohol y cigarrillo; entre muchas otras consecuencias negativas para la salud mental y física. En parte son atribuibles al aislamiento social, que paradójicamente resulta ser la medida más importante para controlar la pandemia. Asimismo, la situación de incertidumbre y baja sensación de control que las personas tienen sobre la pandemia, contribuyen a que estas consecuencias sean aún más negativas.

Es importante, entonces, que los mensajes que los medios de comunicación de masas entregan, así como el contenido y sobre todo la forma en que las autoridades comunican, contribuya a generar certezas en la población. Mensajes triunfalistas no sirven, pues es sabido que si las personas no perciben riesgo ni se sienten vulnerables ante una epidemia como ésta, es poco probable que acaten medidas de autocuidado como, por ejemplo, mantenerse en casa. Se debe también ser cautelosos de no generar miedo en la población, con mensajes excesivamente alarmistas, pues generan reactancia en las personas, y no son mayormente escuchados ni menos implementados. En síntesis, se debe transmitir un mensaje claro, sin ambigüedades, que permita a las personas tomar correctas decisiones y aumentar su percepción de control personal. Por sobre todo, se deben considerar elementos conductuales de las personas, pues las “cuarentenas voluntarias no existen”.

¿Quiénes pueden estar más vulnerables o cuáles son los grupos a los cuáles colocar más atención?

La verdad es que ningún grupo poblacional estará ajeno a los efectos psicológicos del COVID-19. Sin embargo, se sabe que personal sanitario que trabaja con pacientes contagiados, adultos mayores y personas que viven con condiciones crónicas, están más propensos a sufrir consecuencias negativas.

En el caso del personal sanitario, ellos experimentan mayor estrés agudo por temor al contagio y a contagiar a sus seres queridos. También es esperable que desarrollen estrés postraumático, y aunque no se crea, este grupo es objeto de discriminación y estigmatización por quienes no se desempeñan en áreas de la salud. En adultos mayores, grupo poblacional en que los vínculos sociales tienden a disminuir naturalmente, esta situación es posible que los ponga en mayor riesgo producto del aislamiento social, y en enfermos crónicos, su propia situación de salud los hace más vulnerables al contagio, pero también han sido estigmatizados por las autoridades, quienes reiteradamente han señalado que gran cantidad de las muertes por COVID-19 han estado asociadas a patologías crónicas.

Pese a que este virus no discrimina en su contagio a personas de diferentes clases sociales, sí observamos desigualdades en salud, en la forma en que personas de diferentes estratos socioeconómicos afrontan la pandemia. En este escenario, quienes están en nivel socioeconómico bajo, probablemente tengan un contagio más rápido del virus producto de condiciones ambientales y estructurales en las que viven.

¿Qué pasa con los pacientes o quienes han tenido la enfermedad?

Se sabe que hay un estigma asociado a la enfermedad. Es probable que pacientes contagiados quieran ocultar el diagnóstico por temor al rechazo (estigmatización). Se debe sumar el estrés postraumático que pueden experimentar aquellos que han estado en situación de riesgo vital y el estrés financiero que podrían experimentar producto de la pérdida de trabajos o costos incurridos por las atenciones médicas.

¿Existen indicios o antecedentes de cuáles podrían ser los efectos de esta pandemia en la población una vez que esto pase?

Es esperable que existan altos niveles de estrés postraumáticos, en un plazo no mayor a seis meses, una vez que se haya controlado la pandemia. A lo anterior se debe sumar un aumento de estrés financiero por pérdida de puestos de trabajo y un temor permanente al contagio, hasta que exista una vacuna disponible en Chile.

No todo es negativo, se sabe que en tiempos de crisis sanitarias, las tasas de natalidad tienden a aumentar, así como también los matrimonios. Pienso que las personas valorarán más los vínculos sociales y la importancia que estos tienen en su salud.

A su juicio, ¿cómo hay que mirar a la salud mental en el contexto de esta crisis sanitaria?

Me gustaría hablar mejor de salud, sin hacer la distinción entre salud mental y física. Se sabe que ambas están en complejas interacciones y se influyen mutuamente. Me parece más correcto que en relación a pandemias y crisis sanitarias se hable de conductas en salud y de determinantes sociales. Se debe entender que es la conducta de las personas la que está a la base del contagio. Cuando vemos que no cumplen con las recomendaciones que las autoridades dan, se debe intentar comprender por qué las personas se comportan de esta forma. La psicología de la salud tiene modelos útiles que permiten explicar comportamientos en salud. Se sabe que, por ejemplo, percibirse vulnerable al contagio contribuye a la adherencia a pautas de aislamiento social; por el contrario, cuando los costos percibidos de adoptar una conducta son mayores que los beneficios percibidos, es muy poco probable que las personas adopten conductas de salud. Asimismo, una conducta será más fácil de implementar dependiendo de determinantes sociales como, por ejemplo, la posición social. Es difícil hacer cuarentena cuando se debe salir a trabajar para recibir un sueldo, cuando es imposible realizar tele-trabajo, porque no se dispone de un computador o de conexión a Internet en casa.

¿Cómo se puede contribuir a avanzar en mejorar la salud mental?

Desde mi punto de vista se debe pensar en reducir desigualdades estructurales y de salud. El perfil epidemiológico en Chile y el mundo no es aleatorio, y las personas de nivel socioeconómico más bajo tienen más probabilidades de enfermar. Paralelamente, se debe comprender que no se puede pensar en salud física sin salud mental. Es por esto que la salud mental debe ser una prioridad. Es importante que se ejecute un Plan Nacional de Salud Mental, favorecer el acceso a prestaciones de salud de este tipo, tanto en el sistema público y privado, y reducir el estigma asociado a la salud mental.

¿Cuáles son las claves que debiera contener un plan o estrategia de este tipo?

Se debe invertir. Por cada dólar que se invierte en salud mental, el Estado chileno se estará ahorrando muchos dólares en otras patologías agudas y crónicas. Invertir también en formación de profesionales que estén altamente calificados para el ejercicio de la profesión. Las universidades formadoras de psicólogos debieran formar profesionales que puedan realizar intervenciones basadas en la evidencia. También se debe realizar educación a la población general sobre la importancia de la salud mental. Los pacientes deben, en caso de necesitarlo, buscar ayuda. Para esto se debe desmitificar y desestigmatizar a la salud mental.

¿Qué rol le cabe a la prevención?

Más importante que la prevención, sin decir que ésta es muy importante, es la promoción de salud. Se debiera invertir en promoción de conductas saludables que contribuyan positivamente a tener buenos indicadores de salud mental. Esto no implica poner necesariamente más dinero para financiar terapias (que ciertamente es relevante), sino también se puede pensar en favorecer la práctica de actividad física, pensar en políticas de vivienda adecuadas, organización de jornadas de trabajo flexibles, espacios de autocuidado laboral, entre otras cosas, que finalmente sabemos podrían contribuir a tener mejor salud mental.

¿Cómo es actualmente la atención en salud mental en el país? ¿Hay inconvenientes o problemas a los cuáles dar prioridad?

Hay problemas de acceso a la salud mental. Hay grupos vulnerables a quienes les resulta imposible pagar por servicios psicológicos. Existe un estigma asociado a las personas que buscan ayuda psicoterapéutica y creencias culturales negativas asociadas, que hacen que las personas que necesitan estas prestaciones en salud, simplemente las eviten.

Las tasas de depresión en Chile son de las más altas a nivel mundial. El problema del suicidio adolescente es preocupante. Los estudiantes universitarios presentan altos niveles de estrés psicológico. Estoy seguro que si se hacen estudios en población laboral activa, se encontrarán altas cifras también. 

¿Cree que es éste el momento de remirar cómo se ha planteado la salud mental en Chile?

Por supuesto. Pienso que la salud mental ha sido poco considerada. Los expertos que trabajamos en áreas de salud sabemos que tiene un rol importante, sobre todo porque son las conductas de las personas las que determinan finalmente el éxito de una intervención, y es la psicología la disciplina científica que por definición estudia el comportamiento humano.

Jassna Sepúlveda Beltrán
Dirección de Comunicaciones UFRO